18.5.07

Entre el sopor y la vigilia


















Nos reunimos, en lo que parece ser el balcón de una casa de campo, gran parte de la familia, no sabría decir cuantos ni quienes, pero se que son ellos.
Entre sus torsos aparece mi abuela, tras aproximadamente 2 meses y medio de su fallecimiento ha regresado de su sopor mortal, o eso me comentan.
Es el único rostro que distingo.
No recuerdo si hablo con ella, descansa en la terraza sentada en una silla de mimbre.
Está en plenas facultades, ya no tiene alzheimer y está más reluciente y tersa que nunca.
Aunque en mis recuerdos ella siempre ha sido igual.
Vestida como siempre, una rebeca y una falda larga.
La humedad perece no haberla despeinado y su carne no está putrefacta.
Eso me sorprende, pero no demasiado.
Pregunto a un familiar, creo recordar que era mi padre, cómo ha sido capaz de salir de la tumba.
No recuerdo que me responde, pero yo le cuento la vieja historia de la campana y el dedo.
Mientras, en otra habitación, tengo dos cuervos en una caja de plástico, les acompaña un gorrión o un pájaro de tamaño similar.
Están adiestrados y atacan a los blancos que les propongo.


Tengo de nuevo una ortodoncia en mi boca, el dolor es inhumano, tan insoportable que me la arranco de cuajo.
Pero el dolor no cesa, está por toda ella, presiona mis dientes y sólo desaparece cuando cierro la boca y aprieto con fuerza
inflingiéndome aun más daño y el propio cuerpo se anestesia ante el sufrimiento.
Finalmente encuentro un espejo y miro el reflejo de mi gaznate en busca de la causa.
Hay tres filas de dientes, alargados y putrefactos, sembrando mi boca.


No comienza aquí, pero es lo que recuerdo.
Bajo corriendo las escaleras de lo que parece ser un colegio de plantas infinitas.
No se si es antiguo, pero el recuerdo se me antoja en sepia.
Por el camino hay cientos de niños japoneses que abandonan sus aulas y se apean con migo.
Están todos abrasados, con una piel amarillenta y con manchas marrones, sin pelo.
Perecen afectados por el calor y la radiación de alguna de las bombas nucleares.
Les evito, me resultan repugnantes.
Me cruzo con un grupo de niños aparentemente normales, y busco en ellos la complicidad de ese asco, pero ellos parecen tolerarles.
Cojo en los aires a uno que me estorba y le aparto de mi camino aterrorizado.
Continuo descendiendo.


La casa está medio en ruinas, pero es grande y mis padres están ilusionados con irnos a vivir ahí.
Tras unas reformas podría quedar fantásticas, eso dicen, a mi también me lo parece.
De subito cambio de escenario, estoy en un baño, junto a mi madre y de la puerta está colgado un bate.
Al otro lado golpea un loco, que sin saber cómo ni porqué, estábamos avisados de su visita.
Creo que es el antiguo inquilino.
Abro la puerta e intento abatirle con el bate, imposible.
Finalmente, en otra habitación, a la que la faltan un par de paredes y está llena de escombros, mi padre, por la espalda, le corta la cabeza con una sierra de podar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cualquiera se atreve a comentar nada... ;P

Grande, lebrel

Ezequiel Seagull dijo...

No hay mucho que comentar además de lo evidente, quizás Freud tendría algo que objetar.
Gracias señor.

Anónimo dijo...

me encantan tus sueños de perturbado, ojala los mios fueran semejantes, normalmente pecan de ser coherentes contra todo pronostico de los sueños estandar.
Los sueños deberian tener el esquema de un delirio de fantasia, de las ideas de los habitantes de la ciudad de los antiguos emperadores y no el curso logico de una nobela romantica y ligeramente trasnochada...

Anónimo dijo...

la vida es parte buscar placer
y parte hallar dolor