7.12.12

Recuerdos de Ezequiel - Parte 1

Ezequiel aun no tenía doce años cuando su proceso de individuación alcanzó el momento álgido y trágico. Según Erich Fromm nacemos en un sentimiento de unidad con el todo, con nuestras madres, con el universo. A medida que crecemos el niño se va separando y el yo aumenta en fuerza, hasta donde le permite la sociedad. Pero el anverso del crecimiento del yo es la aparición o el aumento de la soledad. El instante en el que tomamos conciencia de nuestra individualidad y nos percatamos del carácter inevitable de la muerte. El mundo se vuelve peligroso pues advertimos que cada persona es incontrolable, que actúa con libertad y en su libre albedrio esta la posibilidad de que nos dañen. No se sabe si el detonante fue la muerte de su abuela o el cambio del colegio al instituto o que aquellos sucesos se conjugasen, pero la consecuencia fue un cambio profundo en su interior. El niño sanguíneo que se revolcaba por los suelos de clase, que molestaba y cuestionaba a profesores y compañeros, que era el centro de atención, el niño mismo, se esfumó. En su lugar apareció la terrible realidad, ¡somos finitos! Y el miedo se asentó. Y lo hizo BRUSCAMENTE aquel día en el que le pusieron, por causalidad, en la clase de los tontos de primero de la ESO. En la biblioteca leyeron la terrible lista. En la otra clase quedaron todos sus amigos, ahora estaba solo. Esa sensación la expresó durante rato en un tremendo llanto que no recuerda cuánto duró, pero que se instaló en él, dando a su mente nuevas perspectivas. No recuerda en qué instante se mezclaron los sucesos, pero saber que iba a morir, la idea de que nada le esperaría después y la posibilidad de que entes ajenos pudieran dañarle (hombres malos, guerras o extraterrestres) le generaron una espesa melancolía. Un sentimiento desconocido que decidió mantenerse. Por entonces todo aquello le era nuevo, desconocía sus recursos mentales para poder asimilar aquello con normalidad. Así que recurrieron, porque terminó convirtiéndose en un problema familiar, a todo lo que se les ocurrió. Dos veces por semana Ezequiel iba a Yoga con su madre y una vecina. Los tres caminaban en chándal por el barrio cargados con esterillas. El fin del yoga era liberarse de la ansiedad. Esa ansiedad se mantenía aún a mitad de curso, no conseguía tener amigos en clase, se aisló, comenzó a estudiar y a aburrirse en los recreos. Todos sus compañeros eran felices e inocentes pero él se había vuelto de golpe un joven viejo. Entonces a su madre se le encendió la luz. - ¡Ernesto! Vas a ver a Ernesto. - ¿Ernesto? - Era la primera vez que escuchaba ese nombre. - ¡Si, ya verás qué bien te viene! Esa fue la primera vez que Ezequiel fue al psiquiatra, huyendo de su propia individuación, de su condición de ser humano. Ernesto le dio dos recetas, una fue un papel y un boli para que todas las noches exorcizase sus miedos y por la mañana los releyese y rompiese para quitarles importancia. La otra fue la que se convertiría en la famosa gomita, que acompañaba su muñeca para golpearle siempre que su mente le produjese angustia. Combatir el dolor mental con el físico. Ahora se da cuenta de que todos los recuerdos son pequeñas perlas en clave que asociadas entre si con acierto trazan senderos que responden a quién soy, de dónde vengo y a dónde debería de ir.

2 comentarios:

Ego dijo...

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