13.3.07

Cola sincera


Alguna fecha de marzo, de día, dormitando en el banco a la rivera de un río, imaginé que era un joven cánido. A cuatro patas, a medio metro, un perro callejero. Sin amo al que cortejar, sin nombre, defecaba en los parques, orinaba en los neumáticos y comía vuestros restos. La sensación de esa vida era plena, ajena a las avaricias materiales, compuesta de placeres fisiológicos, auténticos placeres. Las prendas eran un estorbo, los modales cuestionables, los modelos no existían, así como los deberes, las exigencias.
¡Se terminó lo políticamente correcto!

La belleza era un cuerpo sano, un espíritu saludable, la fragancia de nuestros genitales.
Ladraba por vuestras calles, sin importar la hora, sin medir los decibelios, disfrutando de mi propio sonido gutural y libertino. Solo, en busca de hormonas volátiles de compañeras fértiles a las que someter y preñar cada día.
Aullando a Catalina.
Recorría escombros y solares haciéndolos míos, levantando una pata y enfrentándome a otros con ferocidad innata, por parcelas de nada, etéreas, sin clausulas.
El poder era de nadie, el fracaso y el triunfo iba y venía entre complejos rituales y demostraciones de las dimensiones de los caninos.
Todo circunstancia, todo efímero, nada enfermo.

Corría, disfrutaba, jugaba, vivía libre con mi manada, jadeante.
Desconocíamos el regicidio con regocijo, ¡iniquidad artificial!
Ninguno vomitaba lo engullido, ni se sumía en abismos de sentimientos sin sentido.
No había espejos en que reflejarnos, reconoceros en los ojos, espejo del alma.
Las envidias eran soliviantadas por caricias, por lametones en el hocico, por los movimientos de una cola sincera.

Y la muerte, oh, la muerte.
Desconocida, aun así temida desde el instinto, asumida, nunca presente hasta que era evidente.
Al moribundo nos acercábamos, y seguido de su partida el reparador olvido.
Y la vida, oh, la vida.
Ahora, ese momento, este bocado, el viento, el árbol, el pájaro, polvo.
Atemporal y plena, sin reprimir los impulsos, las necesidades, nuestros deseos.

Al regresar del sopor animal sentí la angustia humana.
Algo el hombre había vendido.
La naturalidad de la naturaleza, eso hemos perdido.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

que buena... somos los desheredados hijos de gea que renegados de nuestra madre solo ansiamos la venganza en su aniquilacion y sometimiento.

por otra parte mucho mas jovial Perky Pat es una muñeca archifamosa semejante a barbie de una novela de ciencia ficcion de un tal Philip K. Dick.

Anónimo dijo...

Qué feliz es, entonces, el que vive como un perro, sin mirar más allá de su manada y su "orinado" territorio.

Smecta dijo...

ya es difícil encontrar lo humano en la deshumanización.
Gracias por el post.

"la naturalidad de la naturaleza, eso hemos perdido"

Anónimo dijo...

Cinico: Del griego Can, que vive como un perro. Diogenes vivia e un tonel y decia ser feliz...
-Si trabajases para el rey no tendrias que comer lentejas
-si comieses lentejas no tendrias que trabajar para el rey....